Si ya no escribo tan seguido como antes no es porque no me pasen cosas, no piense nada o no tenga cosas que contar, lo que pasa es que de un tiempo para acá cada vez que me siento frente al teclado y veo en el monitor la pagina de Word en blanco lo que llega a mi mente no son cosas divertidas o agradables. Si, tengo que admitir que hay un sentimiento no muy bueno en mi interior, intento, me esfuerzo en reprimirlo, en eliminarlo, pero no lo he logrado. Pasan las semanas, los meses y sigue ahí en un rinconcito de mi corazón, no sé de que se alimenta, tal vez de las palabras que algunos me dicen según "sin querer" o de algunos recuerdos que no he conseguido borrar. Si los recuerdos y los sentimientos se pudieran borrar así como borre todas las fotografías que tenía guardadas en mi computadora o romper y tirar como todos los regalitos que guardaba en un cajoncito de mí recamara, todo sería más fácil. Si se pudiera hacer eso, ya sería libre para escribir las cosas divertidas y alegres que me pasan, que son más que las amargas, pero no se pude y aquí estoy escribiendo esto mientras paso por alto las travesuras del gato, o las conversaciones con mi retoño. Que coraje me da, que aunque sea unos minutos, este tipo de pensamientos ocupen mi tiempo, mi energía. Me resisto, me resisto, lo juro que lo hago, pero aún no lo logro. Ya deje la terapia porque mi economía no anda muy bien y, sí también debo admitirlo porque prefiero comprarme un par de lindos zapatos a pagar por que alguien escuche mis cosas, al fin que muchas me las sigo quedando, me da vergüenza aceptar que dentro de este corazón que tantos creen noble hay malos sentimientos, que aunque reprimidos ocupan un espacio dentro de él, y tengo miedo, tengo miedo de que esos sentimientos terminen por llenar mi corazón.
Extraño a la Maricela que pensaba que toda la gente era buena, que creía ciegamente en sus amigos, que confiaba en los demás, en la gente, en la vida, en todo. Ahora soy desconfiada, algo rencorosa y lucho, lucho mucho por no ser vengativa.